Después de un tiempo escribiendo sobre hechos contemporáneos o muy cercanos en la linea del tiempo es momento de escribir un poco sobre Historia Antigua y en especial sobre un momento muy importante y raro para su época: Un soberbio imperio, el más grande y poderoso de su época, sumergido en una revolución social y espiritual sin precedentes: el monoteísmo.
Egipto s.XVIII A.C.. La invasión de los pueblos arios, especialmente los hicsos, termina con el esplendor del Imperio Antiguo. No obstante terminarían siendo absorbidos por el país que ocuparían y posteriormente expulsados por Amosis I casi dos siglos después.
Bajo los reinados de Amenofis I, Tutmosis I, Tutmosis II, Tutmosis III (especialmente), y sus sucesores, el poder real en Egipto se hace mas fuerte, crece el poder monárquico, ayudado por el soberbio imperio que ahora poseen (desde el sur de Nubia, al norte de Siria) los faraones se empeñan en una política de soberanía universal. Pero esta teoría no se basa en un acrecentamiento territorial sino en una hegemonía económica. Una ves ocupada Siria, detienen las conquistas consolidando su política de paz.
La política de Egipto, llegada al apogeo de su poder, consiste en adelante en asegurar la paz y el statu quo. Dispone del Ejército más fuerte y la economía más próspera y dueña de un admirable imperio que le aseguraba el dominio de las rutas de comercio de la época, y apoyada por un sistema interior sabiamente constituido, la monarquía egipcia iba a conocer un período de indiscutida hegemonía.
El poder monárquico, así constituido, evoluciona rápidamente: primero en una monarquía absoluta y finalmente en un imperio universal.
La gran reforma de Amenofis IV
Llevando hasta sus últimas consecuencias la concepción imperial, el faraón Amenofis IV va a establecer ahora la monarquía universal sobre un culto igualmente universal.
Hombre profundamente místico, sumergido en ideas humanísticas referidas a la igualdad de los hombres ante Dios, se desprende por completo de su nación. Él mismo, egipcio por sus antepasados paternos, ario por su madre y semita por su abuela, representa en sí mismo las razas de su Imperio. Concibe el mundo como una entidad sometida a un solo dios, el cual ha creado las razas y las naciones y que no ve mayores diferencias entre los hombres. Entonces, liberándose de las ataduras de los sacerdotes egipcios, proclama el monoteísmo absoluto. Y, así, llevó a cabo la revolución religiosa más trascendental que jamás intentó algún soberano: reemplazó los cultos de todos los dioses anteriores por el de un único dios, Atón, creador del mundo, que él, el faraón, representa ante los hombres. Pero Atón no es un dios nuevo, no, es el dios supremo, representado por el Sol, envía a los hombres sus rayos de vida y justicia, queda liberado de todo misticismo y convertido en un espíritu puro. El culto al Sol deja de ser entonces el de antaño y se transforma en un simple acto de fe, esperanza y amor.
Dios es bueno, entonces la vida creada por él también es buena. En la tierra esta representado por la pareja; el amor es su símbolo y el camino que a él conduce. No es el temor, sino el amor, lo que debe inspirar y guiar a los hombres.
Y como Dios ama a todos los hombres con igual amor, entonces no pueden existir diferencias entre ellos. El palacio y la administración se hacen abiertos a todos los hombres de toda condición social y a los extranjeros. Sólo el mérito personal, el amor divino y la lealtad al faraón son normas de conducta.
Para que reine entre los hombres el amor que Dios les enseña, el faraón Amenofis IV quiere asegurar la paz. A toda costa hay que mantenerla a pesar de las amenazas que recibe el Imperio. Mitania (el último reino de los hicsos), Hatia y Asiria presionan en el exterior. Pero él cuenta con Atón, y no con las armas, para inspirar a su gente y al mundo entero su tutela absoluta. Rompe con la tradición y no busca la gloria en la grandeza, sino en la felicidad que entregará a sus pueblos, mostrándoles el camino de la justicia y de la verdad.
Esta nueva tendencia repercute en todas partes; en lo social, con la construcción de ciudades modelo y con una rápida elevación del nivel de vida de la gente de pueblo; en lo sexual, con la sencillez en la intimidad, la aspiración a la comodidad y la libertad de relaciones entre ambos sexos; en el arte, por un realismo que quiere expresar la verdad de la vida, una vida dominada únicamente por los valores morales.
La bella y suntuosa capital de El Amarna, centro de la vida diplomática y social, donde venían a acumularse las riquezas del Imperio, y en la cual el refinamiento de las costumbres se juntaba con una sencillez llena de encanto y buen gusto, fue la expresión material de aquél apogeo luminoso, aunque desgraciadamente efímero, de la civilización egipcia.
Fin del sueño
Efímero porque, mientras Amenofis IV soñaba con erigir un Estado y una religión universales, el Imperio egipcio se veía arrastrado a una crisis exterior gravísima debido al advenimiento de Hatia como potencia militar y diplomática. A partir de ahora no sería el faraón egipcio, sino el "gran hitita" el que domine la escena diplomática de la región. No tardó mucho en enfrentarse al reino de Mitania y destruirlo antes de que Egipto hubiese podido auxiliarla. Victorioso, el reino hitita se había asentado en el norte de Siria consiguiendo una salida al mar y se hacia peligroso vecino fronterizo del Imperio Egipcio.
El prestigio internacional egipcio había quedado profundamente dañado, pero Amenofis IV quiso salvar, a toda costa, la paz. Por medio de la diplomacia trató de aislar a Hatia sin romper con ella, pero sólo consiguió aislarse él mismo. Mientras tanto Hatia, aliada con Asiria, daba cuenta de lo que restaba del maltrecho reino de Mitania, repartido posteriormente en dos protectorados, uno hitita y otro asirio. Así, ya sin aliados, el prestigio de Egipto se descomponía y las provincias, viéndose amenazadas, se separaban en el momento mismo en que Amenofis IV montaba un plan de imperio universal sobre la idea de la colaboración y la paz. Hacia el fin de su reinado tuvo que decidirse a la acción, las huestes egipcias acababan de intervenir en Siria cuando el faraón murió.
Y con él murió su sueño y lo último del brillante apogeo egipcio. Una violenta reacción del clero restaura el culto tradicional a Amón y una dinastía militar se apodera del trono egipcio. En tanto, Egipto y Hatia se desangraban en guerras indecisas, mientras Asiria, ya convertida en un gran imperio militar, contemporizaba y observaba a sus dos enemigos destruirse.
Finalmente, a partir del s. XIII A.C., y tras resistir las invasiones de los Pueblos del Mar, Asiria se lanzaría sobre los despojos de las dos potencias de antaño, ahora muy debilitadas debido a las referidas invasiones, consiguiendo pronto una victoria sobre Hatia. Desde entonces, ya fue imposible mantener a raya la hegemonía asiria. El medio oriente entero pasó a estar bajo influencia de Asur y Babilonia, con tal de conservar su libertad de comercio, aceptó el señorío asirio. Una nueva potencia regiría el mundo desde entonces. Una potencia que alcanzaría su máxima expansión y apogeo tras la conquista de Egipto en 671 A.C..
En el pasado, muy atrás, ya quedaba el recuerdo de aquel Egipto que soñó Amenofis IV, llamado Akhenatón, aquel imperio universal basado en el amor, la justicia y la paz.
Fuente: Jacques Pirenne, Historia Universal, Tomo I.
Egipto s.XVIII A.C.. La invasión de los pueblos arios, especialmente los hicsos, termina con el esplendor del Imperio Antiguo. No obstante terminarían siendo absorbidos por el país que ocuparían y posteriormente expulsados por Amosis I casi dos siglos después.
Bajo los reinados de Amenofis I, Tutmosis I, Tutmosis II, Tutmosis III (especialmente), y sus sucesores, el poder real en Egipto se hace mas fuerte, crece el poder monárquico, ayudado por el soberbio imperio que ahora poseen (desde el sur de Nubia, al norte de Siria) los faraones se empeñan en una política de soberanía universal. Pero esta teoría no se basa en un acrecentamiento territorial sino en una hegemonía económica. Una ves ocupada Siria, detienen las conquistas consolidando su política de paz.
La política de Egipto, llegada al apogeo de su poder, consiste en adelante en asegurar la paz y el statu quo. Dispone del Ejército más fuerte y la economía más próspera y dueña de un admirable imperio que le aseguraba el dominio de las rutas de comercio de la época, y apoyada por un sistema interior sabiamente constituido, la monarquía egipcia iba a conocer un período de indiscutida hegemonía.
El poder monárquico, así constituido, evoluciona rápidamente: primero en una monarquía absoluta y finalmente en un imperio universal.
La gran reforma de Amenofis IV
Llevando hasta sus últimas consecuencias la concepción imperial, el faraón Amenofis IV va a establecer ahora la monarquía universal sobre un culto igualmente universal.
Mascarilla de yeso de Amenofis IV, de El Amarna
Museo del Estado, Berlín.
Museo del Estado, Berlín.
Hombre profundamente místico, sumergido en ideas humanísticas referidas a la igualdad de los hombres ante Dios, se desprende por completo de su nación. Él mismo, egipcio por sus antepasados paternos, ario por su madre y semita por su abuela, representa en sí mismo las razas de su Imperio. Concibe el mundo como una entidad sometida a un solo dios, el cual ha creado las razas y las naciones y que no ve mayores diferencias entre los hombres. Entonces, liberándose de las ataduras de los sacerdotes egipcios, proclama el monoteísmo absoluto. Y, así, llevó a cabo la revolución religiosa más trascendental que jamás intentó algún soberano: reemplazó los cultos de todos los dioses anteriores por el de un único dios, Atón, creador del mundo, que él, el faraón, representa ante los hombres. Pero Atón no es un dios nuevo, no, es el dios supremo, representado por el Sol, envía a los hombres sus rayos de vida y justicia, queda liberado de todo misticismo y convertido en un espíritu puro. El culto al Sol deja de ser entonces el de antaño y se transforma en un simple acto de fe, esperanza y amor.
Dios es bueno, entonces la vida creada por él también es buena. En la tierra esta representado por la pareja; el amor es su símbolo y el camino que a él conduce. No es el temor, sino el amor, lo que debe inspirar y guiar a los hombres.
Y como Dios ama a todos los hombres con igual amor, entonces no pueden existir diferencias entre ellos. El palacio y la administración se hacen abiertos a todos los hombres de toda condición social y a los extranjeros. Sólo el mérito personal, el amor divino y la lealtad al faraón son normas de conducta.
Para que reine entre los hombres el amor que Dios les enseña, el faraón Amenofis IV quiere asegurar la paz. A toda costa hay que mantenerla a pesar de las amenazas que recibe el Imperio. Mitania (el último reino de los hicsos), Hatia y Asiria presionan en el exterior. Pero él cuenta con Atón, y no con las armas, para inspirar a su gente y al mundo entero su tutela absoluta. Rompe con la tradición y no busca la gloria en la grandeza, sino en la felicidad que entregará a sus pueblos, mostrándoles el camino de la justicia y de la verdad.
Esta nueva tendencia repercute en todas partes; en lo social, con la construcción de ciudades modelo y con una rápida elevación del nivel de vida de la gente de pueblo; en lo sexual, con la sencillez en la intimidad, la aspiración a la comodidad y la libertad de relaciones entre ambos sexos; en el arte, por un realismo que quiere expresar la verdad de la vida, una vida dominada únicamente por los valores morales.
La bella y suntuosa capital de El Amarna, centro de la vida diplomática y social, donde venían a acumularse las riquezas del Imperio, y en la cual el refinamiento de las costumbres se juntaba con una sencillez llena de encanto y buen gusto, fue la expresión material de aquél apogeo luminoso, aunque desgraciadamente efímero, de la civilización egipcia.
Fin del sueño
Efímero porque, mientras Amenofis IV soñaba con erigir un Estado y una religión universales, el Imperio egipcio se veía arrastrado a una crisis exterior gravísima debido al advenimiento de Hatia como potencia militar y diplomática. A partir de ahora no sería el faraón egipcio, sino el "gran hitita" el que domine la escena diplomática de la región. No tardó mucho en enfrentarse al reino de Mitania y destruirlo antes de que Egipto hubiese podido auxiliarla. Victorioso, el reino hitita se había asentado en el norte de Siria consiguiendo una salida al mar y se hacia peligroso vecino fronterizo del Imperio Egipcio.
El prestigio internacional egipcio había quedado profundamente dañado, pero Amenofis IV quiso salvar, a toda costa, la paz. Por medio de la diplomacia trató de aislar a Hatia sin romper con ella, pero sólo consiguió aislarse él mismo. Mientras tanto Hatia, aliada con Asiria, daba cuenta de lo que restaba del maltrecho reino de Mitania, repartido posteriormente en dos protectorados, uno hitita y otro asirio. Así, ya sin aliados, el prestigio de Egipto se descomponía y las provincias, viéndose amenazadas, se separaban en el momento mismo en que Amenofis IV montaba un plan de imperio universal sobre la idea de la colaboración y la paz. Hacia el fin de su reinado tuvo que decidirse a la acción, las huestes egipcias acababan de intervenir en Siria cuando el faraón murió.
Y con él murió su sueño y lo último del brillante apogeo egipcio. Una violenta reacción del clero restaura el culto tradicional a Amón y una dinastía militar se apodera del trono egipcio. En tanto, Egipto y Hatia se desangraban en guerras indecisas, mientras Asiria, ya convertida en un gran imperio militar, contemporizaba y observaba a sus dos enemigos destruirse.
Finalmente, a partir del s. XIII A.C., y tras resistir las invasiones de los Pueblos del Mar, Asiria se lanzaría sobre los despojos de las dos potencias de antaño, ahora muy debilitadas debido a las referidas invasiones, consiguiendo pronto una victoria sobre Hatia. Desde entonces, ya fue imposible mantener a raya la hegemonía asiria. El medio oriente entero pasó a estar bajo influencia de Asur y Babilonia, con tal de conservar su libertad de comercio, aceptó el señorío asirio. Una nueva potencia regiría el mundo desde entonces. Una potencia que alcanzaría su máxima expansión y apogeo tras la conquista de Egipto en 671 A.C..
En el pasado, muy atrás, ya quedaba el recuerdo de aquel Egipto que soñó Amenofis IV, llamado Akhenatón, aquel imperio universal basado en el amor, la justicia y la paz.
Fuente: Jacques Pirenne, Historia Universal, Tomo I.
Hola Zub, a los tiempos!!
ResponderEliminarYa conocía algo de esta historia de Amenofis IV y su implementación del monoteismo en Egipto (al menos por un tiempo), si que era todo un idealista para su tiempo, hace tiempo vi un documental en The History Channel que trataba este tema y si mal no recuerdo, en algún lado leí que a Amenofis IV se lo consideraba precisamente uno de los primeros idealistas de la historia o algo asi. Muy buen post por cierto.
Recién he visto un comentario que me dejaste en un antiguo post, en el cual me dices que llegaste a ir la exposición donde estaba la fotografía de Versalles, no decia yo que impresionaba, jejeje.
Y por cierto ahora que se vienen las fiestas patrias preparás algún relacionado?? (simple curiosidad, jejeje)
Un saludo!
quise decir prepararás algún post.
ResponderEliminarSi pues a los tiempos, mi estimada Minerva.
ResponderEliminarPor ahi lei que el idealismo de Amenofis IV en medio de la epoca en la que vivió y contando con el Estado que gobernaba fue uno de los momentos más patéticos de la evolución humana. Una pena pero el mundo no estaba preparado para él.
¿Quieres ver que vendrá para fiestas patrias? Vaya la curiosidad mató al gato, o a la gata jeje. Te dejo un adelanto en tu blog.
Saludos y gracias por la visita.
ok amigo, já botei o link do seu site no meu.
ResponderEliminargracias..
ass: Allan Gama
esta información es muy buena, recomiendo que la lean para que se informen [...]
ResponderEliminarsi,el anonimo tiene razon sta informacion sta buenasa pero necesita mas implementacion.
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