Una breve historia alrededor de esta frase y de los desdichados sucesos ocurridos alrededor de los diez primeros años de vida del partido politico más tradicional del Perú: El APRA.
Corria el año de 1932, hace no mucho tiempo que el dictador Augusto B. Leguía había sufrido un golpe de estado derribandolo del poder, postrandolo en la cama de un hospital militar donde pronto la muerte lo encontraría. Su golpista, Luis Sanchez Cerro se haría con el poder tras ganar discutiblemente las elecciones siguientes derrotando al candidato aprista y fundador del partido, Victor Raúl Haya de la Torre. Pronto el descontento aprista se haría sentir, especialmente en el norte del Perú.
Poco mas de una semana habia durado la revolución de Trujillo, desde el 6 de julio, y las fuerzas apristas se batían en retirada de su sitiada ciudad, no habían podido capturar el puerto de Salaverry ni el material bélico que ahí se encontraba, más aún, no habían podido obtener un pronunciamiento favorable del resto de ciudades a tiempo y los actos violentos perpetrados contra la guarnición militar cautiva derivó en una enérgica reacción de las tropas oficiales, que avanzaban desde Lima, dispuestas a aplastar la rebelión. Pero las noticias no llegaban a tiempo al resto del país.
El día miércoles 13 de julio, el mayor Raul López Mindreau recibió la confirmación que estaba esperando: había estallado la revolución en Trujillo y los apristas, en un violento combate librado en La Floresta, habían derrotado a las tropas enviadas desde Lima. López Mindreau era jefe provincial de Cajabamba y se encontraba en Huaraz para dirigir la sublevación. Se puso en contacto con los apristas locales: esa noche se sublevarían plegándose al movimiento de Trujillo. El plan era sencillo: capturar por sorpresa a las autoridades con el concurso de alguna tropa de la Guardia Civil, organizar en el rio la defensa de Huaraz y conseguir el pronunciamiento favorable de los pueblos del Callejón de Huaylas. Más tarde uniría sus fuerzas con las victoriosas huestes apristas de la costa. López Mindreau estaba seguro del éxito, no tenía ni la más remota sospecha que en ese momento deponían toda lucha los últimos focos de resistencia aprista en Trujillo.
En la madrugada del jueves, el mayor López Mindreau capturó un déposito de la Comandancia y vistió de soldados a sesenta apristas. Sublevó luego a la Guardia Civil, arrestó a todas las autoridades, armó con fusiles a un centenar de los suyos y al romper el día. Huaraz supo que hasta allí había llegado la revolución. No se había disparado un tiro.
López Mindreau esperaba que su pronuncimiento arrastrara a otras guarniciones a la rebelión. Imaginaba que los apristas se habían hecho fuertes en Cajamarca y La Libertad, con lo que la Primera Division del Ejercito quedaba separada totalmente de Lima. Controlando el Callejón de Huaylas, él podía enviar un pequeño ejercito a la costa y llevar la insurrección casi a las mismas puertas de Lima. Pero el militar no contaba con el derrumbe aprista en Trujillo, la efectividad de la aviación, que entraba en acción por primera vez en el Perú, y con la decisión de Sánchez Cerro de defenderse a cualquier precio. A la mañana siguiente, cuando, dueño de Huaraz, el mayor López Mindreau se sentía victorioso, las noticias llegaron a la Costa y se impartían ya las ordenes para combatir la nueva rebelión. La suerte del desafortunado oficial estaba echada.
Las tropas desembarcadas por el "Perené" marcharon de Casma a Punta Callán sin ser hostilizadas por los revolucionarios de López Mindreau. Soldados y guardias civiles integraban esa pequeña fuerza que debía aplastar la rebelión en el Callejon de Huaylas. Los campesinos ayudaron a las tropas, sirviendoles de guías y cargadores. Entretanto los pueblos de Caraz y Yungay se habían pronunciado a favor del movimiento y el mayor López Mindreau controlaba completamente la ciudad de Huaraz, donde se había apoderado de todos los servicios y hecho encarcelar a las autoridades. Pero estaba incomunicado del resto del país.
*Basado en: "El año de la barbarie, Perú 1932" - Guillermo Thorndike
Corria el año de 1932, hace no mucho tiempo que el dictador Augusto B. Leguía había sufrido un golpe de estado derribandolo del poder, postrandolo en la cama de un hospital militar donde pronto la muerte lo encontraría. Su golpista, Luis Sanchez Cerro se haría con el poder tras ganar discutiblemente las elecciones siguientes derrotando al candidato aprista y fundador del partido, Victor Raúl Haya de la Torre. Pronto el descontento aprista se haría sentir, especialmente en el norte del Perú.
Poco mas de una semana habia durado la revolución de Trujillo, desde el 6 de julio, y las fuerzas apristas se batían en retirada de su sitiada ciudad, no habían podido capturar el puerto de Salaverry ni el material bélico que ahí se encontraba, más aún, no habían podido obtener un pronunciamiento favorable del resto de ciudades a tiempo y los actos violentos perpetrados contra la guarnición militar cautiva derivó en una enérgica reacción de las tropas oficiales, que avanzaban desde Lima, dispuestas a aplastar la rebelión. Pero las noticias no llegaban a tiempo al resto del país.
El día miércoles 13 de julio, el mayor Raul López Mindreau recibió la confirmación que estaba esperando: había estallado la revolución en Trujillo y los apristas, en un violento combate librado en La Floresta, habían derrotado a las tropas enviadas desde Lima. López Mindreau era jefe provincial de Cajabamba y se encontraba en Huaraz para dirigir la sublevación. Se puso en contacto con los apristas locales: esa noche se sublevarían plegándose al movimiento de Trujillo. El plan era sencillo: capturar por sorpresa a las autoridades con el concurso de alguna tropa de la Guardia Civil, organizar en el rio la defensa de Huaraz y conseguir el pronunciamiento favorable de los pueblos del Callejón de Huaylas. Más tarde uniría sus fuerzas con las victoriosas huestes apristas de la costa. López Mindreau estaba seguro del éxito, no tenía ni la más remota sospecha que en ese momento deponían toda lucha los últimos focos de resistencia aprista en Trujillo.
En la madrugada del jueves, el mayor López Mindreau capturó un déposito de la Comandancia y vistió de soldados a sesenta apristas. Sublevó luego a la Guardia Civil, arrestó a todas las autoridades, armó con fusiles a un centenar de los suyos y al romper el día. Huaraz supo que hasta allí había llegado la revolución. No se había disparado un tiro.
López Mindreau esperaba que su pronuncimiento arrastrara a otras guarniciones a la rebelión. Imaginaba que los apristas se habían hecho fuertes en Cajamarca y La Libertad, con lo que la Primera Division del Ejercito quedaba separada totalmente de Lima. Controlando el Callejón de Huaylas, él podía enviar un pequeño ejercito a la costa y llevar la insurrección casi a las mismas puertas de Lima. Pero el militar no contaba con el derrumbe aprista en Trujillo, la efectividad de la aviación, que entraba en acción por primera vez en el Perú, y con la decisión de Sánchez Cerro de defenderse a cualquier precio. A la mañana siguiente, cuando, dueño de Huaraz, el mayor López Mindreau se sentía victorioso, las noticias llegaron a la Costa y se impartían ya las ordenes para combatir la nueva rebelión. La suerte del desafortunado oficial estaba echada.
Las tropas desembarcadas por el "Perené" marcharon de Casma a Punta Callán sin ser hostilizadas por los revolucionarios de López Mindreau. Soldados y guardias civiles integraban esa pequeña fuerza que debía aplastar la rebelión en el Callejon de Huaylas. Los campesinos ayudaron a las tropas, sirviendoles de guías y cargadores. Entretanto los pueblos de Caraz y Yungay se habían pronunciado a favor del movimiento y el mayor López Mindreau controlaba completamente la ciudad de Huaraz, donde se había apoderado de todos los servicios y hecho encarcelar a las autoridades. Pero estaba incomunicado del resto del país.
*Basado en: "El año de la barbarie, Perú 1932" - Guillermo Thorndike
pos bien
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